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Columna ontológicas #10: Más Allá de la Filosofía del Diálogo de Martin Buber

Rafael Echeverría, Ph.D.
Newfield Consulting
Instituto de Ontología del Lenguaje

Un filósofo importante – y, sin duda, muy especial – es Martin Buber (1878-1965), contemporáneo de Heidegger. Buber nace en Viena en el seno de una familia judía marcadamente erudita; de Austria se traslada luego a Alemania. En 1938 emigra a Israel, donde fallece. Desde temprano, se interesa por el misticismo judío y se vincula con el jasidismo. Entre sus obras destaca Yo y Tú, de gran expresividad poética, lo que no es habitual en los libros de filosofía y que, de alguna forma, nos recuerda el maravilloso poema filosófico de Parménides.

Buber arranca su reflexión filosófica de una sección en el inicio del Manual de lógica, escrito por Kant. Allí éste nos señala que la reflexión filosófica gira fundamentalmente en torno a cuatro preguntas:

  1. ¿Qué puedo saber?
  2. ¿Qué debo hacer?
  3. ¿Qué me cabe esperar? y
  4. ¿Qué es el hombre?”

A la primera pregunta, según Kant, responde la metafísica; a la segunda, la ética; a la tercera, la religión, y a la cuarta, la antropología. Pero, enseguida Kant advierte:

“En el fondo, todas estas disciplinas se podrían refundir en la antropología, porque las tres primeras cuestiones revierten en la última.”

En efecto, de acuerdo a cómo respondamos a la pregunta por el ser humano, responderemos a las demás. Kant se revela fiel al espíritu de la Modernidad.

Curiosamente, no fue esta la pregunta que concentrara la atención principal de Kant cuya obra filosófica privilegia las respuestas a las dos primeras. Pues bien, esta es precisamente la tarea que Buber opta por asumir: responder a la cuarta pregunta. De allí que caracterice su filosofía como una antropología filosófica. Aunque toda su obra estará cruzada por su respuesta a esta cuarta pregunta, destacamos su libro ¿Qué es el hombre?, elaborado en 1938 y publicado en 1942.

Un elemento importante en la propuesta filosófica de Buber, será su crítica al planteamiento de Heidegger. Según el primero, la comprensión que Heidegger ofrece del Dasein (o su equivalente, el ser humano) privilegia la relación del ser humano con el mundo y le confiere a esta relación un carácter utilitario, técnico e instrumental. El mundo aparece para Heidegger bajo el sesgo de recursos, para los efectos de que el ser humano se haga cargo de sí mismo. Ello, según Buber, implica privilegiar una relación “Yo-ello”, una relación del yo con las cosas, lo que inevitablemente restringe la comprensión de lo humano. Los demás seres humanos que se presentan al Dasein, son vistos por Heidegger básicamente como entes a los que se les puede hacer peticiones, en esta misma lógica instrumental centrada en la búsqueda de la satisfacción de inquietudes. Es importante advertir que, si bien esta crítica podría, para algunos, tener alguna validez de concentrarnos sólo en la obra de Heidegger Ser y tiempo, ella deja de ser válida al considerase sus obras posteriores.

Al predominio de la relación “Yo-ello” que Buber le atribuye a Heidegger, aquel opone la relación alternativa “Yo-Tú”. Ésta, según Buber, sería la relación fundante del fenómeno humano. Se trata de la relación que se produce en el diálogo, en la que el Yo se relaciona con un ser equivalente pero diferente de sí mismo. El misterio del ser que somos se encuentra con el misterio que es Otro, en una relación de estricta reciprocidad mutua. Su obra Yo y Tú describe el carácter de un encuentro que sólo se alcanza en una relación de auténtico diálogo, en una relación en la que predomina el asombro que nos produce el Otro y su misterio, y que pierde su carácter utilitario e instrumental.

La pérdida del carácter instrumental que Buber le asigna al diálogo representa un elemento esencial de su argumento. No estamos en un diálogo efectivo en una relación en la que los interlocutores no logran situarse entre sí en un plano formal de igualdad, o en una que esté marcada por el predominio de los intereses de uno sobre el otro, o por una determinada inquietud que uno – y no el otro – traiga a la relación. El diálogo requiere de una relación simétrica entre las partes. En la relación “Yo-Tú” (ambos escritos con mayúsculas) cada uno se encuentra con el Otro desde la plenitud de su ser. De allí que uno de sus rasgos fundamentales en este tipo de relación sea la admiración y el respeto mutuo, que en cada uno despierta al encontrarse con el Otro.

Es importante destacar dos aspectos asociados a la relación “Yo-Tú”. En primer lugar, cabe señalar el predominio de la relación por sobre los individuos involucrados. El centro mismo de esta relación, nos dice Buber, no se encuentra ni en uno ni en otro interlocutor. Se encuentra “entre” ellos, en la mitad, en el carácter mismo de la relación. El elemento protagonista es el diálogo, la relación misma.

En segundo lugar, la importancia del lenguaje. El diálogo se constituye en el lenguaje que vincula a ambos interlocutores. El protagonista es, de igual forma, el lenguaje. Es cierto, no obstante, que Buber acepta que este mismo tipo de relación se puede establecer en un contexto de silencioso acompañamiento, en el que dos almas entran en comunión, en unión recíproca. Sin embargo, esta situación es una derivada de aquella otra fundante, primaria, sustentada en el diálogo que habilita el lenguaje.

Los seres humanos, nos señala Buber, somos seres dialógicos. El ser que somos se va constituyendo en los sucesivos encuentros de diálogos en los que nos vemos involucrados y a través de los cuales nos afectamos y transformamos mutuamente. El encuentro en el diálogo no es neutral. El contacto con el Otro en el diálogo, nos afecta y nos va progresivamente constituyendo en el tipo de ser que devenimos.

En un par de secciones de ¿Qué es el hombre?, Buber aborda una temática que nos parece necesario destacar. Éste nos señala que el ser humano está definido por “una triple relación vital”. Ellas son, en primer lugar, “su relación con el mundo y las cosas”, relación en la que Heidegger ya se había concentrado.

En segundo lugar, “su relación con los hombres, tanto individual como pluralmente”. Es interesante destacar que esta segunda relación se bifurca en dos direcciones diferentes. Por un lado, con individuos particulares, a través de la cual se configura el diálogo y respecto a la cual Buber nos dice que “una relación esencial con otro individuo puede ser, únicamente, una relación directa de ser a ser, en la cual se rompe el hermetismo del hombre y se subrayan los límites de su propio ser”. Pero, por otro lado, Buber no puede menos que reconocer que, además de nuestras relaciones con individuos particulares, mantenemos también relaciones importantes con nuestra comunidad como un todo.

En tercer lugar, la relación que todo ser humano mantiene “con el misterio del ser”, “misterio que el filósofo denomina lo Absoluto y el creyente Dios, pero que ni siquiera quien rechaza ambas denominaciones es capaz de eliminarlo realmente de su situación.” Esta tercera relación vital del ser humano también asume, según Buber, el carácter de una relación con el Misterio. Al hacerlo, no puede sino conectarse con la sensibilidad de la religiosidad gnóstica, frente a la cual éste asume una postura crítica. Sin embargo, él mismo sabe que se encuentra a pocos pasos de ella.

Buber reconoce que ha dejado fuera una relación aparentemente importante. Él mismo nos lo señala: “además de la triple relación vital del hombre existe otra relación, con uno mismo. Pero no es una relación real como las otras, porque le falta para ello el supuesto previo necesario, la dualidad real.” La relación con uno mismo genera un monólogo, pero no un diálogo y, por lo tanto, contraviene los presupuestos que su argumentación ya ha adoptado. Ello lo obliga, en consecuencia, a excluir esta relación, aunque está consciente de que podría ser impugnado por ello.

Esto nos conduce a hacernos una pregunta: la relación con uno mismo, ¿es realmente un monólogo? Lo es sólo en cuanto aceptamos que el ser es uno, tal como lo postula el programa metafísico. Pero una vez que ponemos en cuestión las premisas del programa metafísico y aceptamos, como lo hiciera Nietzsche, que somos múltiples y contradictorios, la relación con uno mismo y las conversaciones privadas a través de las cuales ésta se expresa, permiten ahora no ser vistas como un monólogo. De ser así, no hay razón para excluirla como una relación vital fundamental de los seres humanos.

Nietzsche nos plantea la polifonía del alma humana. No disponemos de una sola voz sino de múltiples voces que conversan permanente entre ellas. En La voluntad de poder, Nietzsche nos señala:

“El supuesto de un sujeto único es quizás innecesario, ¿no es quizás igualmente permisible suponer una multiplicidad de sujetos cuyas interacciones y luchas son la base de nuestro pensamiento y nuestra conciencia en general? Mi hipótesis: El sujeto como multiplicidad.”

Sin embargo, así como Buber opta por excluir entre sus “relaciones vitales” la relación con uno mismo, ha incorporado, sin embargo, como la primera de ellas, la relación del ser humano con el mundo y las cosas. En efecto, ella aparecía como una relación fundamental en el abordaje propuesto por Heidegger y sabemos la importancia que, mucho antes, Marx ya le había asignado.

Para éste último, el desarrollo de las fuerzas productivas que los seres humanos desarrollan para asegurar su dominio sobre la naturaleza y proveerse de los elementos necesario para sobrevivir, generan relaciones de producción, las que a su vez regulan precisamente las relaciones con el mundo de las cosas, y definen además el carácter del resto de las relaciones sociales y de los contenidos de conciencia de una determinada época. Se trata de una relación que Buber difícilmente podía dejar fuera, de la que no prescinde.

En esta relación de los seres humanos con el mundo y con las cosas, es difícil, sin embargo, situar la importancia del diálogo y el conjunto de rasgos que Buber le ha asignado. Para hacerse cargo de esta dificultad, éste pareciera buscar una salida y lo hace sosteniendo que esta relación con el mundo de las cosas encuentra su perfección y transfiguración en el arte, así como sucede con el amor en las relaciones con otros seres humanos y con la religión en las relaciones con el Misterio. Personalmente esa explicación no me es suficiente. Sigo teniendo problemas para situar el diálogo buberiano en el centro de las relaciones con la naturaleza.

En ese momento, la noción de diálogo propuesta por Buber y el lugar que éste le ha asignado en la comprensión de los seres humanos, personalmente, me resultan problemáticos. Progresivamente otra noción, al interior de la misma línea de pensamiento seguida por Buber, se me hace cada vez más presente. Se trata de una noción menos cargada, menos intensa, menos fuerte, que, sin negar la importancia del diálogo del que éste nos habla, lo incluye, permitiéndonos reconocer que hay también otras modalidades de interacción que juegan un papel muy importante en constituirnos en el tipo de ser que somos. Me refiero a la noción más amplia de las conversaciones.

Siguiendo a Buber pero, a la vez, distanciándome de él, sostengo que los seres humanos somos seres conversacionales. Ello no niega el papel que asumen otros factores en configurarnos como somos, como lo es la biología y como lo son las relaciones de producción que mantenemos con la naturaleza. Al hacer esta alteración en su planteamiento original, podemos ahora reconocer la importancia determinante que ejercen sobre nosotros múltiples otras formas de interacción que no satisfacen los estándares que le son exigidos a ese diálogo genuino del que éste nos hablara. Muchas de ellas son, por ejemplo, relaciones marcadamente asimétricas, no sustentadas en el criterio de una igualdad formal, como sucede con las conversaciones con nuestros padres, las conversaciones pedagógicas, particularmente con ciertos maestros, o las conversaciones terapéuticas, por mencionar sólo algunas.

Recapitulando. Al entrar en diálogo con Buber y desde los planteamientos que éste nos hiciera, postulamos que los seres humanos somos seres conversacionales. Sostenemos que, en la manera como conversamos, podemos muchas veces encontrar los factores que explican muchos de los resultados que generamos en nuestra existencia. Logramos entender las posibilidades que somos capaces de articular, así como muchos de los problemas con los que nos tropezamos. Encontramos factores que inciden en nuestros éxitos y en nuestros fracasos. Logramos, asimismo, entender los factores que subyacen nuestras alegrías y nuestras tristezas, etc.

Partiendo del concepto de diálogo propuesto inicialmente por Buber, llegamos ahora a un concepto por un lado menos cargado y, por lo tanto, más débil, pero a la vez más poderoso: el concepto de conversaciones. Siguiendo los lineamientos que éste nos ofreciera, añadimos que, en el dominio de las conversaciones, dominio en el que nuestra forma particular de ser tiende a configurarse (sin negar la influencia a otros factores), nos es posible reconocer tres ejes conversacionales básicos.

Primero, nuestras conversaciones con los demás. La conferimos a este eje el primer lugar pues es en conversaciones con los demás que adquirimos en lenguaje. Ello implica que los otros dos ejes son inevitablemente tributarios del primero por ser éste el que confiere capacidad de lenguaje. Como solemos reiterarlo, el lenguaje no es algo al que el individuo pueda acceder por sí mismo, algo a los seres humanos se nos dé natural o espontáneamente. El lenguaje es un fenómeno social y para acceder a él debemos entrar en interacción con otros que ya lo poseen.

Segundo, el eje de las conversaciones que mantenemos con nosotros mismos o, dicho de otra forma, nuestras conversaciones privadas. Éstas son importantes pues a través de ellas vamos configurando los juicios y las narrativas a través de las cuales operamos, nos relacionamos con los demás, definimos nuestras aspiraciones y los objetivos a alcanzar y terminamos, por último, por conferirle sentido a nuestra existencia.

En tercer lugar, el eje que acertadamente incorporara Buber y que remite a las conversaciones que todo ser humano mantiene con el Misterio en sus múltiples expresiones: el misterio de la existencia, el misterio del propio ser, el misterio del ser de los demás, en fin, el misterio en todas sus posibles manifestaciones.

En la medida que exploramos en estos ejes conversacionales, aunque nunca somos capaces de disolver el fondo misterioso en el que se sustentan, logramos alcanzar una comprensión poderosa sobre los demás, de nosotros y de la vida, una comprensión sobre aspectos que previamente nos resultaban inalcanzables.