Hasta la palabra cuarentena me parecía antigua, de otros tiempos, de otras realidades, arcaica, de cuando los humanos teníamos menos conocimientos científicos… y ¡paffff! Aquí estamos en cuarentena por un virus que viajó a una velocidad abismante desde el otro lado de la Tierra, se movió por nuestro país y entró en mi casa.
Las pandemias H1N1, el SIDA y el cólera no exigían encerrarse en casa por semanas y no se produjeron después de una revuelta como la de Chile el 18 de Octubre que dejó económica, social y psicológicamente remecido y enclenque a medio mundo.
Sin embargo, este no es el tema del que quiero reflexionar. Me importa lo que nos ¡pasa! y nos pasará en nuestro interior, en nuestros paradigmas, en nuestras decisiones. Ha sido tan mundial, tan palpable, tan influyente en la vida cotidiana, la política, lo afectivo y la salud de todos y de cada uno, que me hace reflexionar en… la vida y la muerte…
Pienso en la forma que estábamos siendo, como estamos siendo y como seremos frente a lo que nos enfrenta vida: La Muerte.
Medito sobre el comportamiento de la naturaleza (que nos frena en seco) y la sabiduría de los balances naturales (que creíamos haber domado), más a fondo, reconozco el valor de la vida, pero me cuestiono y pregunto por el valor de la muerte. Siento que es, de lo que menos hablamos, de lo que menos hablo, de lo que menos escuchamos. Solo contemplamos que las muertes se multiplican exponencialmente sin saber siquiera cómo se mueren los que se mueren.
¿Tiene valor la muerte? Sea como sea que muramos… por viejo, por virus, por depresión, suicidio, enfermedad o accidente (finalmente todas son muertes) ¿Qué valor le doy a la muerte, al final de un joven, de un viejo, de un niño?
¿Por qué parece, que le damos más valor a la vida, que a la muerte? ¿Podrá ser que no nos atrevemos a pensar que los muertos hasta ahora, están felices de haber muerto?
¿Qué valor le dio mi padre a su muerte, cuando murió estando cansado con un cuerpo que ya no lo acompañaba en sus sueños?
¿Qué valor le estamos dando al final de la vida de nuestros seres queridos y de nosotros mismos? ¿Tiene valor este final?
A pesar de las creencias de cada uno, me parece que la muerte no es más que eso: un final conocido que nos conduce a algo desconocido…
No quiero pasar por fría o hereje, ni por práctica. Estoy plenamente consciente de mi existencia y soy cuidadosa conmigo misma. Sabemos que vamos a morir desde que la Tierra existe y sin embargo siento en la forma de enfrentarnos a ella, que sigue teniendo algún grado de dificultad afrontarla para todos los que pertenecemos a esta cultura cristiana occidental.
A veces la muerte parece esquiva, que se escapa y nos mantiene con vida. He tenido experiencia de conocer personas mayores que ya cansadas quisieran entregarse al descanso que significa morir y sin embargo el final no llega… y me pregunto, ¿cuánto influirá nuestro instinto de sobrevivencia en hacernos resistir, adaptarnos y no dejarnos morir? …
¿La muerte es una condena o una salvación?
No me parece ni lo uno, ni lo otro, solo el final del ser humano conocido y el inicio de la incertidumbre total. Y pareciera que lo que tenemos que aprender es a vivir y morir en esa penumbra de no saber.
Salvamos la vida… ¿no tendremos también, de alguna forma, salvar la muerte?
Salvar en el sentido de valorar en un sentido positivo, la posibilidad cierta de que moriremos. Desde esta aceptación y valoración quizás podamos entregarnos a la muerte con más confianza en que los finales son felices y misteriosos.
Valorar la muerte, aceptarla e incluso ambicionarla. Aceptación de un futuro inexorable. Valorar a partir del cambio, la incertidumbre, la sorpresa que el final implica…
Sabemos a estas alturas que el reto de la globalización, el libre mercado y la cultura millennial es aprender a vivir en la incertidumbre y el cambio permanente, adaptándonos sin pausa ni tregua a las tecnologías, las maneras de relacionarse, las formas de comunicarse, de trabajar, etc.
Me parece que está en el mismo camino, el desafío de amigarse y valorar positivamente el morir /la muerte y la incertidumbre que nos genera.
Quisiera de corazón, desear que mis seres queridos (y yo misma) vivan intensamente y que cuando llegue la hora, lo hagan en paz, con entrega y valorando positivamente el paso hacia lo desconocido y misterioso. Quiero honrar el instinto de sobrevivencia, como una capacidad humana de estar en la vida, pero me propongo aprender a dosificarlo para ambicionar en paz el misterioso final…
Quiero darle este sentido positivo a la muerte y a lo desconocido que acecha siempre… simplemente, porque siento que así es la vida, tiene fin en muchas formas y es parte de los balances naturales, terrenales que no acabamos de comprender.
Ana María Correa
Coach Ontológica Senior de Newfield Consulting.
Candidata a Magister en coaching Ontológico Avanzado, Universidad San Sebastián (2015).
Diplomado en Competencias Conversacionales y Diplomado en Coaching Ontológico, Universidad del Desarrollo (2013).
Directora Ejecutiva del Centro Nacional de la Familia, CENFA y CENFA OTEC, Fundación con 50 años de existencia, privada, sin fines de lucro cuya misión es el fortalecimiento de la familia en Chile. Docente de Escuela de Trabajo Social de la PUC, Pontificia Universidad Católica de Chile. Labor por la que fue galardonada como una de las 100 mujeres líderes del 2014 por el diario Chileno el Mercurio.
Mentora Programa Comunidad Mujer para el emprendimiento.