¿Cuál es el tipo de sociedad que interpretamos? ¿Qué tipo de pregunta nos formulamos para hacer una valoración de nuestra sociedad? ¿Hacia dónde nos podría movilizar? ¿Qué acciones podemos emprender para modificar aquello que no solo depende nuestras acciones? La sociedad, nuestra interpretación de ella, lo que aprendemos y lo que sentimos, pudiera generar un vínculo que armoniza o destempla un espacio que es común. Siento que todos tenemos historias, diferentes historias que muchas veces no sabemos cómo interpretar ni mucho menos sobrellevar… La gente dice tantas y dispares cosas con diversas emociones, la gente hace tantas cosas que nos parecen contradictorias y cree lo que otros jamás creeríamos… Aunque suene discordante, son las diferencias las que enriquecen el devenir de todos… ¿Por qué entonces nos cuesta ponernos de acuerdo? Pareciera que el problema partiría de la raíz, por un tema emocional y existencial: el acuerdo viene de corazón, del latín cor cordis y el prefijo A, que significa con, “con un corazón”. ¿Dónde ha quedado ese corazón que como un hilo conductor debiera dar la vuelta al orbe, uniéndonos?
Un consenso un poco más universal reflejaría la idea de que el mundo se ha puesto complejo, Será que se cansó de odiar, de no respetar por sentirse, quizás, pasado a llevar… El mundo desde hace tiempo cree tener la razón, sin embargo, hoy escuchamos lo que acontece, un resultado desacertado, incoherente… El mundo seríamos todos, todos los que sentimos que el espíritu de la ética y del respeto, en ese acuerdo del corazón, hace mucho que se perdió, silenciado tras un golpe certero y fuerte. ¿Hacia dónde hemos de dirigir la mirada? ¿Cuáles son los dominios de observación que necesitamos identificar? ¿Qué escucharán o entenderán nuestros hijos pequeños? ¿Qué podremos hacer para proteger su integridad? ¿Cómo aprenderán a vivir en armonía y coherencia en un mundo que interpretamos, atenta contra la esencia de las personas que es el amor?
“…Por mucho que pueda empatizar con… y admirar los motivos para la violencia, me opongo inflexiblemente a los métodos violentos, aun sirviendo las causas más nobles.”
Gandhi
El mundo esperaba soluciones y tenía soluciones… pero algo cambió, todo se puso líquido en palabras de Bauman, y el mundo hoy declara: pareciera que no hay soluciones… Vivir en la incertidumbre es algo que posiblemente no aprendimos, y aunque vimos otros mundos en crisis por las noticias, no nos pusimos en su lugar… Hoy la liquidez fluyó y llegó a todas nuestras puertas, humedeciendo nuestras expectativas…
Entonces para entender este fenómeno, personalmente me cerré a toda distracción y busqué certezas que nos permitieran comprender los mundos inciertos pasados y presentes. Fue como un amanecer, un abrazo entre la oscuridad y la claridad, que me dio la luz para comprender lo que me parecía inexplicable. Fue el espíritu maravilloso de Edith Eger que me llevó a la oscuridad de la prisión y al dolor del sin sentido. ¿Qué vemos de lo que no vemos que está pasando en nuestras sociedades? ¿Cuánto tardaremos en comprendernos? Edith, una joven bailarina eslovaca, fue excluida de los Juegos Olímpicos en 1942 por ser judía. Tenía dieciséis años cuando los nazis invadieron su pueblo de Hungría y se la llevaron a Auschwitz con el resto de su familia. Una vez allí, sus padres fueron enviados a la cámara de gas y ella permaneció junto a su hermana, atentas de que serían las siguientes en correr la misma suerte. Sin embargo, bailar El Danubio azul a su celador, salvó su vida, y a partir de entonces comenzó su nueva lucha por la supervivencia. En los campos de exterminio, en la Checoslovaquia tomada por los comunistas y, en Estados Unidos, donde empezaría de cero para convertirse en la famosa Psicóloga Clínica que escribió su experiencia en el Campo de exterminio nazi. Tardó décadas en curar sus heridas cultas en su pasado, conversando del horror que había vivido y perdonando como camino a la sanación.
Su mensaje es claro e iluminador, es el amanecer que nos puede hacer volver al regazo de la luz de la libertad. Hemos de tener la capacidad de escapar de las prisiones que construimos en nuestras mentes y podemos elegir ser libres, sean cuales sean las circunstancias de nuestra vida. Ella eligió perdonar. En uno de los pasajes más intensos, leo: “Perdoné a Hitler, pero no era capaz de perdonarme a mí misma por no haber salvado a mi madre…” (Eger, E. p.178) Su ejemplo ha mostrado más del perdón y de las posibilidades que la vida nos ofrece para ejercerlo. Tenemos un ego tan grande que pareciera, no somos capaces de perdonar…
Perdonar es una competencia genérica, ¿dónde se aprende y cómo, sino cuando damos nuestros primeros pasos en la escolaridad? Sin embargo, también pudiera aprenderse en la familia. ¿Qué nos estaría pasando? ¿Por qué no perdonamos, y por ende, no lo mostramos al interior de los hogares? Lo digo porque cuando en el recreo, en el patio, separo a Juanito de Miguel, les pregunto: ¿Se perdonan? El “no” es rotundo. Siento, y es mi juicio muy personal, que en Chile pese a todo no hemos aprendido a perdonar; sin embargo, comprender lo que digo, solo se puede mirar sin ego, mirar lo que pasa en la existencia es un ejercicio maravilloso que poco a poco se abrirá como una posibilidad de aprendizaje en esta nota. Perdonar nos libera…
Esto puede ser un gran aprendizaje que familias, profesores y estudiantes podemos compartir, solo falta tener la disposición a ello… sin embargo, el camino para llegar a pensarlo, es intrincado y muchas veces desconocido. En cierta manera, Ken Robinson, autor de “El Elemento”, nos da pistas fundamentales que quizás la Educación tradicional, no siembre en sus aprendices: “Si no aceptas que piensas el mundo de muchas maneras diferentes, estarás limitando inexorablemente tus posibilidades de encontrar a la persona que se supone que tienes que ser.” (Robinson, 2010. p. 78) Esto implicaría una formación diferente que se centrase en la búsqueda personal, o por lo menos, lo ha de considerar entre sus ejercicios de aprendizaje cotidiano. No deja de ser necesario e importante en este tiempo; sin embargo, pareciera que no se siente necesario, cuando todos los discursos, mensajes, y la publicidad, despiertan una conciencia diferente, relacionada con el tener, más que con el ser. Entonces podríamos entender que un estudiante no quiera aprender, pero sí, anhele obtener la máxima calificación…
“El mayor descubrimiento de mi generación es que los seres humanos pueden alterar su vida modificando su disposición de ánimo. Si cambias tu forma de pensar, puedes cambiar tu vida.”
Ken Robinson
Esperamos niños creativos, pero les cortamos las alas como sociedad… Es difícil convencer a un niño que puede pintar, crear, actuar o cantar, muchos vienen desde pequeños marcados negativamente y se limitan antes de darse la posibilidad de aprender. Quererse y aprender a hacerlo es fundamental, nos abre las alas de poder dar el salto y atreverse a ser creativos. Es fundamental porque no se puede ser creativo y no actuar inteligentemente.
Insisto que como sociedad debemos llegar a un acuerdo en lo trascendental que puede ser transformar la educación: requerimos educar más el corazón que las ideas, en un proceso de aprendizaje diseñado para hacer crecer integralmente a la persona, en lugar de que sea un proceso cuyo objeto sea solo intelectual. El proceso del perdón se aprende y comienza con la decisión de ser compasivo. Elegir ser compasivo puede ser tan importante o más que decidir ser feliz… la compasión es previa a la felicidad.
Los procesos de la vida son oportunidades de aprendizaje y si miramos en la existencia lo que pasa hoy en nuestra sociedad, no es casual, no es el juicio de que se instaló algo maligno, no es un fenómeno que pudiésemos definir desde la cotidianidad; es existencial. Quizás, en parte por ignorancia, nos parezca como humanidad, incomprensible observar desde lo alto e interpretar igual que el águila, que la amenaza destructiva con la que se presenta la violencia nos produce amargura, es producto de un proceso de deshumanización permanente, de incompetencia afectiva que por años se instala como “Magister en desprecio” por el otro. Visto así, pareciera ser más genérico que toda interpretación cotidiana que se pudiera hacer en la calle, implicaría que, en este juego, en el que todos quieren ganar, pero solo unos pocos lo logran, o sobramos todos o faltamos todos.
Bauman, autor de “La modernidad Líquida (2003), caracteriza nuestras sociedades a partir del concepto de adiáfora, que sitúa ciertos actos o categorías de los seres humanos fuera del universo de evaluaciones y obligaciones morales, es decir, al margen de un juicio moral sobre el bien o el mal. El ritmo de la vida se ha desviado hacia la taquilla y la farándula, donde se validan guerras por la audiencia y la gente está más preocupada de sus redes sociales y de los aparatos tecnológicos.
Bauman (2015) afirma que la ceguera moral define nuestras sociedades, lo que implica una actitud de indiferencia hacia lo que acontece en el mundo: un entumecimiento moral. En esta “vida apresurada”, rara vez nos detenemos a observar los temas de importancia, corriendo el riesgo de perder la sensibilidad, ante los problemas de los demás. Es así, como en una sociedad extenuada por la información sensacionalista y sin valor, la realidad de la vida humana se organiza con la exclusión como una condición natural. Lo ejemplifica con el programa holandés “Gran Hermano”, sin embargo, esta condición se da en la vida en otros ámbitos, no solo en los programas televisivos, sino en concursos, en diferentes tipos de elecciones, en la postulación a un cargo o a un trabajo. En definitiva, se requiere que alguien se vaya o quede afuera para dejar el lugar a otro. Esta forma de pensar y de sentir la competencia, se ha ido instalando en la conciencia, en el sentido de aprender a salvarse más que a compartir con los demás. Los niños en el aula sienten que, si no se ríen primero, serán objeto de burla del resto.
-¿Por qué te ríes así, Rafael? – No sé, pero no quiero que se rían de mí, así que trato de ser el primero y que nadie se me adelante…
Esto se puede visualizar aún más en las redes sociales, donde pareciera que la exclusión es inevitable, si alguien no me gusta o me molestó con su comentario, lo elimino de mi grupo de amigos. El contexto de las pseudo relaciones que se dan en la modernidad líquida, es la fuente más importante al miedo contemporáneo con una amenaza constante, heredada quizás, de los tiempos en los que si no corrías rápido seguro serías la presa.
Cuando definimos el cómo vivimos, ¿lo hacemos conscientemente o por imitación? ¿Desde dónde planteamos los objetivos que deseamos lograr en este paso por la vida? ¿Cuáles son los resultados que nos movilizan a cambios que generen o promuevan nuevas oportunidades en nuestro desarrollo personal? ¿Podremos ser conscientes de que nuevas acciones y resultados, estén mediados por la filosofía de vida que hemos aprendido a tener? Cuando pensamos en nuestra vida, ¿en qué modalidad estamos pensando? ¿Cómo podemos generar resultados diferentes si los activamos sin saber hacer un diagnóstico más certero de lo que nos pueda estar pasando? ¿Cuándo seremos conscientes de que pensar de una manera fija, limita nuestras posibilidades, estancando nuestras oportunidades en la vida?
Los tiempos en los que nos toca aprender y vivir hoy en día, no son ni más ni menos complejos que los que vivieron aquellos ciudadanos en la Primera Guerra Mundial o que padecieron invasiones, conquistas y reconquistas. Como dice el refrán cada día tiene su afán, y los tiempos de hoy pueden ser más complejos y tecnológicos, pero no podríamos emitir un juicio en relación a la experiencia comparativa entre estos y el pasado. Es posible que los hombres de hace doscientos años atrás hayan tenido que lidiar con otras enfermedades o con otras problemáticas muy extremas, de mucha inseguridad y pobreza, con crisis ambientales, políticas o económicas, incomparables desde todo punto de vista, con la evolución que se ha ido generando con los años, con el fin de mejorar las condiciones de vida de los seres humanos. Sin embargo, hoy podemos preguntarnos, ¿qué tan efectiva ha sido esta evolución, en la que hemos transformado la vida en un mercadillo en el que nos pareciera somos más objetos de la economía que personas? El acelerado ritmo de la tecnología que se asoma como potenciadora de bienestar y comodidad ha sido el mejor gancho para esclavizarnos en una espiral que pareciera no tener fin. Con el pretexto de solucionar los problemas del hombre de hoy, hemos sido espectadores del surgimiento y avance tecnológico, de nuevas leyes protectoras, de nuevos tratados internacionales, que tienen un efecto tranquilizante, pero que sin embargo, su resultado, no ha sido el esperado.
Ahora, a partir de esta propuesta, lo que nos parezcan nuestros tiempos, solo ha ser el juicio personal de cada ciudadano, lo que refleja observadores diferentes expuestos a diversos estímulos y experiencias, pero con diferentes interpretaciones. Todo puede fluir por el complejo río de las Redes Sociales, un espacio líquido en el que todo puede suceder descontrolada y desinformadamente. Ante la pregunta, ¿cuándo nos prepararon para ser Observadores y comentaristas de este mundo?, se escucha un vacío tremendo. Los tiempos modernos y líquidos corrieron más aprisa que la educación para alinearse y generar espacios de mayor respeto y acuerdos. La tecnología avanzó sin poder redactar un manual que apuntara a la formación ética de los usuarios en un mercado que tampoco se reguló moralmente. Una vez más, el corazón quedó atrás, postergado por los avances tecnológicos y las necesidades del mercado.
Los postulados de Bauman, sustentan la teoría de la Modernidad Líquida, bautizada así por él, y que se caracteriza por hacer énfasis en la Crisis de Compromiso que se ha instalado, existencialmente, en el tiempo que vivimos, partiendo de la idea de la fluidez, como cualidad de los líquidos, para distinguirlo de los sólidos de antaño.
Como educadores, formar para educar en la modernidad líquida nos compromete, fundamentalmente a estar informados del acontecer y a comprender los procesos por los que atravesamos, esto implicaría reflexionar para mirar el universo circundante de la misma forma que lo mira un niño que llega a un colegio por primera vez, reconociendo nuevos espacios donde ha de desarrollar su actuar. Además, comprender nuestro lugar como docentes no es un espacio fijo ni está terminado, necesitamos construirlo todos los días como si fuera uno nuevo; esto favorece estar dispuestos a la adaptación permanente preparados para los posibles cambios. Además, poner cuidado en las visiones que como observadores compartimos en el aula, ya que de una u otra manera influimos a los estudiantes con nuestra mirada en su forma de vivir y de interpretar su mundo. Promover en ellos la disposición a comprender como un ejercicio de autonomía, para que fortalezcan sus creencias, cuestionen sus juicios y puedan sentir que cada uno tiene su verdad. Por ello como docentes, no podemos mostrar solo una verdad, mucho menos imponerla como única.
“Hoy viajamos sin una idea de destino que nos guíe. Ni buscamos una sociedad mejor ni sabemos con certeza qué elemento de la sociedad en la que vivimos nos hace indiferentes y nos impulsa a escapar”.
(Bauman, 2003, pág. 143)
En esta liquidez de las incertezas que podemos coger de nuestro desarrollo en comunidad, constatamos que la forma de enseñar es mucho más rígida que la modalidad de vida que podemos experimentar. Con los años, según las circunstancias, nos hemos visto en la necesidad de priorizar Objetivos en el aula, ha sido fácil dar una vuelta a las exigencias mínimas, por ejemplo, para evaluar a un estudiante. Entonces, podemos comprender que son modificables, y que esto no ha sido tan terrible para cada estudiante en particular. Quizás no se hayan enterado. Las personas aprendemos de maneras tan diferentes, con diversos y diferentes juicios y necesidades, con miradas que pueden ser infinitas; sin embargo, lo que necesitamos saber decir o definir en decisiones, en peticiones o acuerdos, no. Por ello, sin restar valor a los objetivos, necesitamos poner la mirada en lo que requerimos aprender: Competencias Conversacionales Genéricas.
En tiempos de pandemia, por ejemplo, han aflorado tantas necesidades que son profundamente humanas, hoy las comprendemos y podemos acordar que requerimos aprender a adaptarnos existencialmente, quizás; también necesitamos aprender a perdonar, y quizás, a perdonarnos a nosotros mismos en estos tiempos difíciles.
En todo contexto, difícilmente podremos saber cómo será el futuro. El único modo de prepararse para un futuro incierto ha de ser estar dispuesto a un aprendizaje continuo, sacando el máximo provecho de nosotros mismos, seguros de que al hacerlo seremos todo lo flexibles y productivos que podamos y necesitemos ser. “Aquellos que simplemente esperan a que pasen cosas buenas serán en verdad afortunados si las encuentran…”
Ken Robinson
Pareciera que lo que nos falta por aprender está más vinculado con el corazón que con las ideas. Por ahora puede ser una reflexión para que cada quien, desde su vereda, saque sus propias cuentas. Hoy, en los contextos en que estamos insertos, tenemos una oportunidad, mucho más profunda que la mirada cotidiana que se instala como escenario único en el país. Aceptar que es posible pensar el mundo de diversas maneras, lo que nos abre nuevas oportunidades de reencuentros y acuerdos; somos todos diferentes, diversos, y es esa la fuerza que nos da el poder de mejorar, lo que nos ha dividido desde siempre.
Julio Vera Royo
Profesor de Estado en Castellano, Coach Ontológico Senior, Magister en Coaching Ontológico, Doctorando en Educación, Universidad de Salamanca.